R. Díaz Maderuelo - J. M. García Campillo - C. G. Wagner - L. A. Ruiz Cabrero - V. Peña Romo - P. González Gutiérrez

La condición social del recién nacido


L. A. RUIZ CABRERO

En otro lugar se señalaba que como “estudiosos de las sociedades del mundo antiguo podemos ofrecer numerosos ejemplos en los que actúa esa definición cultural de lo biológico que ha sido utilizada frecuentemente para negar o minimizar la incidencia del infanticidio, así como contextos en los que las presiones reproductivas han actuado en la dirección de estimular una actitud favorable hacia la práctica del infanticidio y otros comportamientos antinatalistas”.

La medicina antigua parece, por su parte, no haber incidido mucho sobre la vida del recién nacido. Así, Sorano, médico romano del siglo II, respecto a la práctica de la ginecología señala que es el arte de decidir "como reconocer al recién nacido digno de ser criado" (Gynaecia, II, 9-10). El propio Hipócrates presenta esta pregunta de un modo natural en el mismo sentido "que niños convendría criar" (Acerca del feto de 8 meses, 10).

Respecto al punto de vista jurídico, la situación del recién nacido, y en concreto, la acción de la muerte por infanticidio cuando era cometida por la mujer, o el aborto, no eran castigados por atentar contra la vida del niño, sino por privar al padre de su derecho legítimo a la descendencia o al Estado, cuando es promotor de políticas natalistas, de un nuevo miembro para su sociedad siempre en consonancia con el rechazo de la obediencia expresa al marido pues es éste el que debe decidir sobre la vida o la muerte de los miembros del grupo familiar, como desde época asiria se registra: "Si una mujer se provoca a sí misma un aborto (y) los cargos (y) las pruebas están en su contra, será empalada (y) no se le enterrará. Si se encubrió (?) a esa mujer cuando perdió el fruto de su vientre (y) no se informó al rey..." (Leyes MesoAsirias 53). Así pues, la mentalidad antigua sobre el aborto, la contracepción y el infanticidio era muy distinta de la nuestra actual con la que pretendemos muchas veces explicar aquella problemática .

Uno se encuentra por tanto ante una sensibilidad hacia el niño muy distinta a la que impera en nuestros días, que resulta por cierto históricamente muy reciente . Esta situación hace que un análisis en profundidad del tema en relación al infanticidio o al trato de la infancia en la Antigüedad, si no se tiene debidamente en cuenta. pueda entorpecer nuestra comprensión y nuestro análisis.

Uno de los hechos principales que se debe tener en cuenta es el momento en que al niño se le reconoce como tal, es decir, cuando es considerado por primera vez socialmente. Dicho momento no coincide con el alumbramiento, caracterizado por el parto, sino por el reconocimiento paterno que implica su anuncio al resto de la comunidad. El nacimiento no era por tanto un hecho biológico sino social, así, como ya se ha expuesto para el mundo hebreo los hijos no eran presentados en el templo hasta un mes después de su alumbramiento en el caso del primogénito (Núm. 18, 16), tras la circumcisión celebrada a los ocho días en un primer momento (Ex. 22, 28-29), más treinta y tres días para el resto de los hijos varones, y setenta y seis días tras dos semanas (tiempo este símil al guardado durante la menstruación) si era niña (Lev. 12).

En el mundo romano, el nacimiento era un fenómeno que concernía a toda la familia y significaba una alteración en la relación entra la familia y la esfera sagrada . El nacimiento social se llevaba a cabo a través de la presentación al padre, comprendiendo varias fases su incorporación a la sociedad religiosa por medio de la celebración de la lustratio. El 8º día del nacimiento de una niña o el 9º de un niño era llamado dies lustricus, el día de purificación (Plutarco, Quaestiones Romanae, 2), siendo el niño y la madre purificados ese día. El niño recibía el praenomen y entraba a formar parte como miembro de la familia. Entre ambos momentos se extiende un tiempo en el que el recién nacido carecía de existencia como tal, y en el que su supervivencia quedaba enteramente a disposición de la voluntad de sus progenitores, generalmente del padre. Es entonces cuando más fácil es que sea víctima del infanticidio, aunque no siempre se admita como tal, como ocurría con la exposición de niños tan extendida en el ámbito grecorromano.

Sin embargo, a pesar de ese reconocimiento inicial, la vida del niño, y sobre todo de la niña, no estaba a partir de entonces del todo libre de ser objeto de otras prácticas, a menudo encubiertas, pero no por ello menos nocivas para su supervivencia. Su supervivencia a nivel social, por tanto, no estaba totalmente garantizada hasta el momento mismo en que se convertía en un individuo socialmente útil (para un romano este momento llegaba a los 17 años cuando dejaba la toga pretexta y tomaba la viril, es decir, con el paso de la infancia a la vida pública (Suetonio, Augusto, 66: dies viriles togae).

En este tiempo, los límites imprecisos entre salud y enfermedad constituían uno de los factores de riesgo que podían actuar después del momento del reconocimiento inicial del niño. La escasa preocupación de la medicina antigua contribuía notablemente a ello . Hipócrates simplemente proporciona una lista bastante incompleta de los males que pueden sobrevenir a los recién nacidos y a los niños sin prescribir ninguna acción terapéutica; otros, como Oribasio, van más lejos en su indiferencia y sólo se preocupan de la higiene y la dietética, sin ningún planteamiento terapéutico.

A la escasa acción médica, se debe añadir que los cuidados diferenciales y la discriminación alimenticia contribuían, sobre todo en las niñas, a aumentar poderosamente el riesgo de muerte. Es de sobra conocido que las sociedades patriarcales en la antigüedad veían en la figura del primogénito varón la proyección de la familia, y en la figura de las hembras nacidas un elemento disgregador del patrimonio familiar, y en consecuencia de su fuente de alimentación. Esta queda reflejada en los templos mesopotámicos a través de un sistema de distribución, según el cual las raciones se repartían teniendo en cuenta el sexo, la edad, la posición social y el tipo de trabajo , siendo el cabeza de familia el más beneficiado en sus raciones, manteniendo a las hembras sometidas a dietas menos nutritivas que las reservadas a los hombres y los muchachos, por lo que tenían una esperanza media de vida de 5 a 10 años inferior a la de los hombres.

No solo existía posibilidad de un infanticidio más o menos directo, como sucede en el caso de la exposición o abandono, sino que otras causas consideradas "naturales" encubrían comportamientos, conscientes o no, destinados a acabar con su vida. La creencia en demonios o potencias maléficas explicaban a menudo las misteriosas muertes de niños . Entre los asirios y babilonios se hallaba la figura de Pazuzu que atacaba a la mujer y al feto durante el estado de preñez avanzada o en el momento del parto. No se debe descartar un elevado número de abortos naturales entre la población de la antigüedad, ya que éstos, y hasta las actuales mejoras sanitarias, suponían "hasta un 25% de los embarazos al cabo de cuatro semanas" , sin embargo no hay que obviar la supresión intencionada del niño en el momento del parto encubierta bajo la forma de un aborto natural. De mayor importancia era la figura de otra de éstas potencias, Lamashtu, quien atacaba al niño durante el periodo de impureza de la madre, cuya acción podría encubrir tanto la posibilidad de una enfermedad por la que el niño rechazaba el alimento ofrecido por la madre, o el estrangulamiento o la asfixia de la criatura. Curiosamente la aparición de este tipo de demonios continuó dentro del mundo de tradición cristiana o musulmana.

Por otro lado, en el resto del mundo antiguo, muchas de las enfermedades que afectaban a los niños eran atribuidas a la intervención de demonios. Ahora bien, las enfermedades epidémicas como el sarampión, la tos ferina, la varicela... (que en la actualidad atacan casi exclusivamente a la población infantil) no fueron suficientes para diezmar a la población, ya que las tasas elevadas de fertilidad reemplazaban inmediatamente con el nacimiento de nuevos individuos las pérdidas ocasionadas por las epidemias, y las respuestas a éstas dotaron de elementos de inmunidad, quedando las infecciones estabilizadas en un periodo entre 120 a 150 años.

La mayor incidencia de la mortalidad femenina incidía de forma directa en la tasa de fertilidad, y por tanto en el crecimiento de la población. Al igual que muchas sociedades preestatales, en el mundo antiguo existía un marcado sesgo en contra de las hembras en la practica del infanticidio.

Sólo resta volver a llamar la atención acerca de que a pesar de los condicionamientos biológicos existieron en la antigüedad mecanismos culturales que incidieron en los índices de mortalidad infantil. La falta de restos de enterramientos infantiles, debido a su no plena consideración social, hace difícil establecer un análisis efectivo del mundo que rodeaba a la infancia. Sin embargo, el hijo era la esperanza de la familia, de ahí la noticia de Estrabón XVII, 2, 5 «Alimenta a todos los hijos que les nacen». Claro está, que este autor de época de Augusto, se ve influenciado por la política natalista del emperador.