R. Díaz Maderuelo - J. M. García Campillo - C. G. Wagner - L. A. Ruiz Cabrero - V. Peña Romo - P. González Gutiérrez

Factores que afectan a la reproducción

Patricia González Gutiérrez

La reproducción humana es un asunto complejo, y ya sin causas ajenas, se estima que aproximadamente la mitad de las concepciones acaban en abortos espontáneos (muchos de ellos tempranos) y que de esos abortos la mitad al menos están causados por presentar el feto anomalías cromosómicas importantes (LANGMAN, 2004). Eso sin contar el número de parejas que no pueden tener hijos por la esterilidad de uno u otro miembro.

Se suelen tratar, y no haremos esta vez una excepción, más detalladamente los factores que afectan a la reproducción y que se refieren a la mujer, ya que aunque muchos de esos factores afectan también a los hombres o que haya algunos que les atañan en exclusiva, no afectan tanto a la comunidad, ya que un solo varón tiene la capacidad teórica de dejar embarazadas a muchas mujeres. Así la incidencia de dichos factores en la comunidad es, en teoría de nuevo, mucho menor.

Las mujeres jóvenes también tienen más tendencia a tener abortos espontáneos o a suprimir temporalmente su fertilidad que las más viejas, que se acercan a la menopausia, las cuales tenderán a no rechazar ningún cigoto. Algunos expertos han relacionado esto con la mayor incidencia de nacimientos de niños con síndrome de Down o problemas graves en mujeres de edad avanzada, minimizando que a esas edades haya una mayor tendencia a las alteraciones cromosómicas (COLMENARES, 1996).

Algunos fetos con anomalías cromosómicas sobrevivirán pues en el caso de las mujeres menos jóvenes, pero difícilmente el bebé sería aceptado en muchas sociedades antiguas, cuyas leyes establecían que los bebés monstruosos, deformes o débiles no debían ser criados y se consideraban un aviso del enfado de los dioses con la comunidad.

La edad considerada ideal actualmente en la mujer para tener hijos es la comprendida entre los 18 y los 35. A edades más tempranas aumenta el riesgo tanto para la madre como para el hijo y a edades mayores aumenta mucho la probabilidad de que los fetos tengan mutaciones por las razones ya explicadas. Pero debemos tener en cuenta que la esperanza de vida en la Antigüedad no era la misma que la actual y tampoco las condiciones en las que llegaban las mujeres a ciertas edades.

Podemos citar como alteraciones cromosómicas más frecuentes la trisomía 21 (síndrome de Down) que afecta a uno de cada 2.000 nacidos en mujeres jóvenes (aumentando el riesgo con la edad), la trisomía 18, que afecta a uno de cada 5.000 recién nacidos (aunque los bebés afectados suelen morir antes de los dos meses), la trisomía 13 que afecta a uno de cada 20.000 nacidos y que causa labio leporino, sordera, fisura del paladar y defectos cardiacos.

Otras que también debemos citar por su importancia respecto a este tema son el síndrome de Klinefelteer, y el de Turner. El síndrome de Klinefelteer tiene una incidencia de uno entre cada 500 varones, y que no presenta síntomas visibles hasta la pubertad, etapa en la que causa esterilidad, atrofia testicular y ginecomastia (mamas agrandadas). El síndrome de Turner es la única monosomía compatible con la vida, y aun así pocos son los individuos que sobreviven. Los afectados por él tienen un aspecto femenino pero no tienen ovarios. Las características sexuales secundarias de las afectadas por este síndrome no se desarrollan en un 90 % de los casos (MOORE y PERSAUD, 2004).

En otros casos un fallo en la etapa de determinación del sexo puede dar como resultado hermafroditas verdaderos, que tienen tejido testicular y ovárico (suelen tener más aspecto de mujer) o pseudohermafroditas, cuyo sexo genotípico está oculto por el aspecto fenotípico. Algunos de estos bebés fueron criados en Grecia y Roma hasta llegar a la edad adulta. A falta de un tercer género que si tienen otras culturas, adscribían a estos individuos al género que determinaban que predominaba. Aun así no estaban muy bien vistos por la sociedad, y se documentan en Roma muchas ejecuciones de andróginos. Algunas ejecuciones corresponden a niños de 10 o 12 años, con lo que se supone que serían criados en algunas ocasiones pero que su existencia sería denunciada en épocas graves (MONTERO, 1991).

Los factores ambientales influyen poderosamente en la reproducción. Una hambruna puede reducir el número de nacimientos hasta en un cincuenta por ciento y la pérdida de peso de la mujer de tan solo un 10-15% puede retrasar la menarquia. Así mismo una mala alimentación de la madre provocará mayor número de abortos, el nacimiento de niños de bajo peso, una peor calidad de la leche y mayores riesgos durante el embarazo, el parto y el posparto (HARRIS, 2003).

La alimentación escasa puede prolongar la amenorrea posparto, evitando nuevos embarazos. Además una deficiente alimentación durante la infancia produce raquitismo, que provoca un mal desarrollo óseo, causando que las caderas de las mujeres sean demasiado estrechas o presenten malformaciones que hacen que los partos sean largos y difíciles, lo que disminuye las probabilidades de supervivencia del neonato (BIDEAU, DESJARDINS, y PEREZ BRIGNOLI, 1997). Estos partos largos y difíciles pueden provocar desgarros y colapso de órganos en los bebés, así como daños irreparables en la madre (caderas, útero) que condicionan futuros partos.

Aunque en condiciones normales las niñas parecen resistir mejor los efectos del hambre y de las enfermedades también es cierto que a la mujer tendía a ser peor alimentada que el hombre, ya que se primaba la supervivencia de éste. La mala alimentación durante la primera adolescencia puede provocar también un daño permanente en la hipófisis, lo cual provoca un infantilismo sexual (HUFFMAN, 1971). La esterilidad también se asocia a la desnutrición.

No solo la alimentación escasa es perjudicial para el feto, sino también una alimentación desequilibrada, algo bastante frecuente en la Antigüedad, incluso en épocas de buenas cosechas, afectando a todas las clases sociales, aunque evidentemente más a los más humuldes. Hay estudios que relacionan la hipovitaminosis (vitaminas A, C, D, E y algunas del grupo B), así como las deficiencias en la ingesta de hierro, calcio o cobre con abortos o alteraciones del feto. Altos niveles de fenilalanina (más de 20 mg./dl.) causan en un 75-90 % retrasos mentales o microcefalia (CASTILLO et al., 2002).

La falta de yodo o calcio en la dieta de la embarazada también puede causar partos prematuros (así como el exceso de trabajo de la madre o que tenga problemas respiratorios, circulatorios o enfermedades crónicas), que restan posibilidades a la supervivencia del feto. Los bebés prematuros pueden tener grandes problemas por su falta de madurez al nacer, como deficiencias en el sistema nervioso, crecimiento anormal de los huesos, problemas sanguíneos o deficiencias en el sistema regulador de la temperatura, teniendo así más riesgo de hipotermias (BIDEAU, DESJARDINS, y PEREZ BRIGNOLI, 1997). La prematuridad ha sido siempre la principal causa de muerte en el primer mes de vida de un bebé.

En el caso de sobrevivir el bebé prematuro, tiene grandes posibilidades de sufrir complicaciones o problemas permanentes, como ceguera, hemiplejia o deficiencias mentales. También tienen muchos problemas respiratorios, pudiendo tener apneas, lo que explica por que creían que el alma podía entrar y salir del bebé en los primeros días, dejándose una tregua al neonato muerto por si resucitaba.

Ya en Grecia y Roma se daban cuenta de la debilidad de estos niños prematuros, y Cicerón escribe en una de sus cartas que Tulia había parido a un niño sietemesino, alegrándose de que el parto fuera bien, pero lamentando que el niño fuera demasiado débil como para sobrevivir. Se consideraba que ningún niño nacido antes de los siete meses sería capaz de sobrevivir, así que el bebé de Tulia estaba en el último límite en que se podía conservar una esperanza. Hay que añadir que el caso contrario, la obesidad, también resulta pernicioso para el feto, ya que la obesidad de la madre aumenta de dos a tres veces el riesgo de que el niño tenga defectos en el tubo neuronal.

También otros factores van unidos al hambre o la mala alimentación. Por ejemplo la incidencia de las epidemias será mucho mayor en una población malnutrida. Más aun cuando los sectores más afectados por el hambre suelen ser los más débiles, como las mujeres y los niños.

Hay que tener en cuenta que aunque la madre sobreviva a la enfermedad las temperaturas altas (fiebre) afectan al feto. Baños a altas temperaturas u otros factores que puedan elevar la temperatura corporal de la madre también le afectaran. Así mismo algunas enfermedades provocan una alta tasa de abortos. El hipertiroidismo y el hipotiroidismo causan aproximadamente un cincuenta por ciento de abortos. La diabetes también afecta al feto, causando un 20 % de abortos más o menos y entre el 6% y el 12% de malformaciones en el feto (CASTILLO et al., 2002).

Otras enfermedades pueden causar una infertilidad permanente en la mujer, como las enfermedades inflamatorias pelvianas, que pueden obstruir las trompas uterinas. Las enfermedades autoinmunes pueden causar así mismo el rechazo del feto. También enfermedades como la rubéola, infecciones por citomegalovirus, la varicela, la toxoplasmosis o la sífilis pueden causar defectos en el feto.

También pueden retrasar el desarrollo físico, y por tanto también el sexual, como por ejemplo la tuberculosis, las enfermedades cardiacas y pulmonares congénitas, ciertos trastornos de los riñones y el hígado, la diarrea crónica o algunos trastornos endocrinos (HUFFMAN, 1971). Algunas enfermedades que hoy en día retrasan el crecimiento no son válidas para la antigüedad, ya que una niña celiaca no hubiera sobrevivido.

El consumo de ciertas sustancias por la madre afecta mucho al feto. Los metales pesados por ejemplo, son muy perjudiciales para el feto. Se ha relacionado el plomo con un aumento de la tasa de abortos, retraso del crecimiento y trastornos neurológicos. También el mercurio causa síntomas neurológicos múltiples. Tengamos en cuenta que en Roma cañerías y vajillas eran de plomo, por lo que las intoxicaciones por este metal no serían algo tan infrecuente.

Recientes estudios han demostrado que el consumo de LSD por la madre causa anomalías en el sistema nervioso central y en las extremidades, así que podemos suponer que la ingesta del cornezuelo del centeno, un hongo que afecta a los cereales y que contiene ergotamina, de donde deriva el LSD, podía causar también anomalías. El cornezuelo del centeno (Claviceps purpurea), molido junto al resto del grano produce ergotismo y reduce la fertilidad. También otros hongos, como la Cándida, si atacan a la madre durante el embarazo pueden afectar al feto, aunque de forma no mortal. Pero recordemos que un feto que presentara taras físicas no sería aceptado.

El consumo de alcohol es muy perjudicial para el feto, y aunque las mujeres tenían prohibido en teoría el consumo de alcohol, en numerosas fuentes (como por ejemplo Marcial) se nos habla de la trasgresión de estas normas o se tacha a ciertas mujeres de borrachas. De hecho es probable que una de las razones de la prohibición del alcohol a las mujeres, aparte de que conlleve un descontrol inadmisible en una mujer decente, sea el potente efecto abortivo del mismo. Ciertas intoxicaciones alimentarias también pueden causar abortos, pero el estudio de las mismas resulta cuanto menos, complejo.

El estrés es otro de los factores muy importantes para la disminución de la natalidad. Recientes estudios consideran que los seres que se reproducen más de una vez en la vida pueden evitar o parar el embarazo si consideran que las posibilidades presentes de llevar adelante el embarazo y a la cría son menores que las que asignan al futuro. El cuerpo de las hembras valoraría la edad, el estado nutricional, o el estrés aunque si estos factores fueran crónicos no se produciría la supresión.

Además el estrés y el dolor provocan la liberación de opiáceos endógenos y dopamina, que inhiben las sustancias que permiten el desarrollo normal del ciclo ovulatorio (WASER y BARASH, 1983). En los humanos el estrés puede venir dado por causas sociales. La ansiedad, la depresión e incluso la baja autoestima se vinculan a una baja tasa de natalidad. Si la situación de estrés es crónica, la mujer acabará quedando embarazada, pues no se interpreta que haya esperanzas de mejoría, pero en situaciones temporales si se notaría ese descenso de natalidad, sumando a eso que la mayoría de niños nacidos en situaciones de estrés serían varones.

Otro factor que afecta a la reproducción es la lactancia. Lo normal es que una hembra de mamífero no pueda quedar embarazada mientras amamanta a su cría. La prolactina, que estimula la producción de leche también estimula la producción de dopamina que inhibe el ciclo ovárico, por lo que se produce la amenorrea posparto. Así las hembras de mamíferos, que suelen ocuparse por un período relativamente largo de sus crías, evitan quedar embarazadas de un nuevo cachorro al que no podrían alimentar bien.

Así pues un método anticonceptivo bastante fiable era prolongar la lactancia del bebé más allá de lo necesario. Además así el niño era una boca menos que alimentar. El problema más inmediato de este sistema es que la leche materna es un alimento adecuado tan sólo hasta los seis meses, ya que carece de algunos elementos muy necesarios, como el hierro. El prolongar excesivamente la lactancia puede provocar al bebé problemas como la anemia.

Incluso el momento de nacimiento del bebé puede determinar su probabilidad de supervivencia. Así los nacidos en las estaciones cálidas, aunque tienen una mayor probabilidad de tener infecciones en el aparato digestivo, tienen más posibilidades de supervivencia que los que nacen en las estaciones frías, que tienen un alto riesgo de contraer enfermedades respiratorias (BIDEAU, DESJARDINS, y PEREZ BRIGNOLI, 1997). El gran riesgo de las estaciones cálidas viene dada por la deficiente alimentación del bebé que puede darse por tener que trabajar la mujer más duramente en el campo, o bien en el año siguiente a dejar de mamar el niño, ya que el riesgo de enfermedades gástricas aumenta con el cambio de dieta, a la que aun su cuerpo no se ha acostumbrado.


BIBLIOGRAFÍA

BIDEAU, A.; DESJARDINS, B. y PEREZ BRIGNOLI, H. Infant and child mortality in the past. Oxford 1997

CASTILLO, Mº.E. et al. Embriología. Biología del desarrollo. Mexico 2002

COLMENARES, F. (ed.) Etología, psicología comparada y comportamiento animal. Madrid 1996

HARRIS, M. Introducción a la Antropología General. Madrid 2003.

HUFFMAN, J.W Ginecología en la infancia y en la adolescencia, Barcelona 1971

LANGMAN (T.W. Sadler). Embriología médica. Con orientación clínica. 9ª edición. Buenos Aires, 2004

MONTERO, S. Diosas y adivinas. Mujeres y adivinación en la Roma Antigua. Madrid 1991

MOORE, Keith L. y PERSAUD, T.V.N Embriología clínica. El desarrollo del ser humano. 7ª edición. Madrid 2004

WASER, S. K. y BARASH, D. P. "Reproductive Suppression among Female Mammals: implications for biomedicine and sexual selection theory". En Quarterly Review of Biology, 58, 1983