R. Díaz Maderuelo - J. M. García Campillo - C. G. Wagner - L. A. Ruiz Cabrero - V. Peña Romo - P. González Gutiérrez

Prácticas mágico-religiosas

R. Díaz Maderuelo

La brujería resulta ser un mecanismo para controlar la densidad demográfica del grupo. Como han señalado Harris y Ross (1991, pp. 79 ss):

“La idea de que las mujeres contaminan tiene una consecuencia evidente para la fecundidad, pues característicamente deriva su racionalización del sentido que se atribuye a la sangre de la menstruación. Entre los recolectores como los !kung, sin embargo, parece que las ramificaclones tanto ideológicas como de comportamiento de la menstruación tienen relativamente poca importancia (claro que las mujeres !kung no menstruan con mucha frecuencia, debido a la amenorrea durante la lactancia). Según Martin y Voorhies: «Aunque existen algunas prohibiciones de que las mujeres toquen las flechas de los hombres, especialmente durante la menstruación, y de que tengan prácticas sexuales durante el máximo de flujo menstrual, esas prohibiciones no llegan hasta impedir que duerman juntas al mismo tiempo [...]. Las mujeres no se consideran como una amenaza para que los hombres !kung puedan mantener sus identidades y sus funciones masculinas» (1975, pp. 239-240).

En los valles densamente poblados de las tierras altas de Nueva Guinea, en cambio, lo general es considerar a las mujeres como contaminantes en sumo grado. Por ejemplo, entre los hagan se considera que los órganos sexuales—masculinos y femeninos—son «malos», igual que las relaciones sexuales, cuya frecuencia se desalienta pues. Se considera que las mujeres son un peligro para los hombres en varios respectos, pero sobre todo en lo que atañe a la sangre menstrual, que se cree tiene una gran potencia sobrenatural, es peligrosísima y puede envenenar a los hombres si se ingiere aunque sea en cantidades imperceptibles (Martin y Voorhies, 1975, pp. 269-272). Así, la idea de la contaminación, tan estrechamente relacionada con las mujeres (Lindenbaum, 1979, pp. 131-132), vitaliza la idea de la brujería, que se considera practican sobre todo ellas.

La creencia en la brujería parece guardar una clara relación con la tensión ambiental, y es posible que entre algunos grupos de Nueva Guinea haya contribuido a la regulación de la población, unida o no a la abstinencia del coito heterosexual. Entre algunos, como los hewa, se ha calculado que en un período de dos años se acusó y ejecutó a nada menos que 30 brujas. Incluso cuando las acusaciones no llevan a la muerte, es posible que desemboquen en el destierro y la privación de recursos estratégicos. Así, «las brujas hewa, que se dice son mujeres o ancianos débiles, [...] son las personas a las que la sociedad priva con más persistencia de proteínas animales» (Martin y Voorhies, 1975, p. 133). Desde una perspectiva intercultural, existen pruebas de que las sospechas de brujería aumentan en proporción al nivel de disensión y de frustración de una comunidad (Mair, 1969; Nadel, 1952), cada uno de cuyos elementos, naturalmente, puede tener muchas causas. Pero cuando se puede relacionar esa tensión con agotamientos de recursos o con un crecimiento demográfico rápido, las acusaciones de brujería, como las de las tierras altas de Nueva Guinea, suelen dirigirse ante todo contra mujeres, y de una forma que no sólo puede reducir la fecundidad, sino hasta poner en peligro sus vidas. Esto nos devuelve una vez más a la cuestión de a quién beneficia el crecimiento demográfico entre los agncultores y quién soporta sus costos”.

Según Betty Meggers “El principal factor que perpetúa el patrón de comunidad dispersa entre los jíbaro y los waiwai es el acentuado temor a la brujería. En esas dos sociedades la seguridad personal sólo está garantizada dentro de la familia extendida; cualquier otro individuo es peligroso aunque sea pariente. Es verdad que la hechicería puede practicarse a distancia, pero la proximidad aumenta el peligro, y mientras mayor sea el número de habitantes de la casa, más grande es el riesgo de que surja un conflicto…para despertar una enemistad mortal…En esas condiciones es significativa la severidad contra la concentración demográfica…cuando los miembros de una casa sobrepasan el límite óptimo, tienen ante sí una posible sentencia de muerte”. (1971: 162-163)