R. Díaz Maderuelo - J. M. García Campillo - C. G. Wagner - L. A. Ruiz Cabrero - V. Peña Romo - P. González Gutiérrez

Los Andes Septentrionales

J.M. García Campillo

Para esta región no contamos tampoco con las fuentes primarias de información, las cuales son -como en el resto de la América Hispana- las relaciones de los primeros cronistas y compiladores del siglo XVI.

En la costa norte de Perú, el estado chimú o reino de Chimor (familia lingüística chimuana) floreció durante el siglo XV hasta ser subsumido por el imperio incaico de Cuzco. Las fuentes principales son el conquistador del Perú Pedro Cieza de León# en el siglo XVI, y el padre Antonio de la Calancha#, en el XVII, extirpador de idolatrías. Según este último (citado en von Hagen 1976:122-123), «los chimúes de Pacatnamú [un lugar arqueológico en la costa] llamaban a su lugar sagrado Si-An, “La Casa de la Luna”, donde se sacrificaban niños de cinco años, que se colocaban en camas hechas de lana o algodón de colores vivos». No hemos podido obtener más datos sobre este caso, y desconocemos la motivación ideológica de este sacrificio.

En la región de Cuenca (Ecuador), la cultura cañari (familia lingüística chimuana) parece que realizó sacrificios multitudinarios de niños al objeto de favorecer la fertilidad agrícola, una costumbre que, de acuerdo con las referencias de que disponemos, costó trabajo que abandonaran. Según Frazer (1951:492), «el pueblo de Cañar verificaba el sacrificio de un centenar de niños anualmente en la recolección. Los reyes de Quito (?), los incas del Perú y por mucho tiempo los españoles fueron impotentes para suprimir el rito sangriento». Krickeberg (1946:382) da algún detalle más: «En otros lugares, los sacrificios humanos servían para la magia de la fertilidad. Los cañari inmolaban anualmente, antes de la cosecha del maíz, cien niños en la cima del cerro de Curitaqui, frente a una cueva en la que residía el dios del maíz. Era éste un rito que ha estado practicándose, con todo rigor, hasta el año de 1755, y del que aún hoy se encuentran vestigios». No conocemos la fuente original y, por ello, hay que tomar esta información con cautela pero, de ser cierta, encontramos aquí una véz más la conocida asociación NIÑO-SACRIFICIO-LLUVIA/COSECHA; por otro lado, dado el elevado número de víctimas y su periodicidad, podríamos estar ante un caso de infanticidio ritualizado como estrategia adaptativa, si bien no estamos en condiciones de asegurar que los niños pertenecían a la propia comunidad o procedían, por el contrario, de poblaciones enemigas o sometidas.

Las mismas incertidumbres rodean el caso del sacrificio infantil entre las podero- sas jefaturas muisca (familia lingüística chibchana) del altiplano colombiano en la época del Contacto. Igualmente, sin la fuente original no podemos presentar más que datos secundarios poco precisos. Disselhof (1978:41) únicamente afirma que, además de ofrecer los corazones de víctimas adultas al “dios del Sol”, y flechar a los prisioneros de guerra, en épocas de sequía tenían lugar sacrificios de niños. La infor- mación que aporta Krickeberg sobre el mismo fenómeno (1946:372) es parcialmente contradictoria, aunque puede considerarse más fiable que la anterior:

«Se hacían sacrificios humanos al sol: en general, niños que se enviaban al dios como mensajeros de los hombres y al mismo tiempo como alimento suyo (...) El sacrificio se llevaba a cabo, o en la cima de un cerro, cortándole la cabeza a la víctima, o sobre una especie de púlpito al lado del cerco que circundaba la vivienda del cacique. En este último caso, se mataba con dardos a un joven que desde su niñez había sido preparado en la casa de los sacerdotes para este objeto con penitencias y ejercicios espirituales».

Lo único que podemos inferir nuevamente, es la posible relación ideológica del sacrificio infantil con las lluvias y la cosecha.