R. Díaz Maderuelo - J. M. García Campillo - C. G. Wagner - L. A. Ruiz Cabrero - V. Peña Romo - P. González Gutiérrez

Leyes, demonios e infanticidio

Carlos G. Wagner y L. A. Ruíz Cabrero

En el Próximo Oreinte Antiguo la mortalidad infantil era en general muy elevada, argumento empleado por quienes niegan la existencia de prácticas infanticidas y antinatalistas. Olvidan, no obstante, que la natalidad, influida por unas tasas de fertilidad muy altas en las que intervenían la temprana edad en que la mujer accedía al matrimonio asi como inexistencia de anticonceptivos eficaces, era por consiguiente también muy alta. El número de alumbramientos compensaba con creces los efectos de la mortalidad infantil. Además existe la fundada sospecha de que una parte significativa de las muertes atribuibles a causas “naturales” encubrían, en realidad, comportamientos antinatalistas.

La misma existencia de leyes que castigaban severamente a la mujer que aborta, sin el consentimiento de su marido, es un síntoma de que tal práctica no resultaba infrecuente y de que, en ocasiones, las tensiones reproductivas llegaban a rebasar incluso la autoridad patriarcal. En otras ocasiones las leyes parecen haber establecido el sacrificio de niños, lo que, por supuesto, ha generado polémica: En palabras de E. Lipinski: “Il convient de passer à présent aux textes neo-assyriens de Haute Mésopotamie, région peuplée surtout d'Araméens à l'époque dont date notre documentation. Nous ne disposons pas de documents en écriture cunéiforme qui rapporteraient des sacrifices d'enfants effectivement accomplis, mais quelques textes juridiques et des inscriptions royales de Gôzan, l'actuel Tell Halaf, contiennent des stipulations pénales qui prévoient l'holocauste d'enfants.
Deux inscriptions de Gôzan (B. Meissner, “Die Keilscrhifttexte auf den steinernen Orthostaten und Statuen aus dem Tell Halaf”, Festschrift Max Freh. von Oppenheim (AfO, Beih. I ), Berlin 1933, p. 71 -79 (voir p. 72-75, textes 11 et 111), datant du début du IX' siècle av. n. è., profèrent la malédiction suivante contre le profanateur éventuel du nom royal; «Que ses sept fils soient brûlés pour Hadad et que ses sept filles soient livrérs à Istar comme hiérodules». Le verbe utilisé pour dire «bruler» est sarapu, qui n'est pas en akkadien un terme technique de l'holocauste, pas plus que le substantif surpu. Il y a donc lieu de penser que cet emploi particulier de l'akkadien sarapu, qui se retrouve dans les passages similaires des contrats dont les clauses pénales stipulent des sacrifices d'enfants, est dû à l'influenœ de quelque langue sémitique de l'Ouest, peut-être de l'araméen qui connaît le même verbe srp. On sait, par ailleurs, que surpu est en ugaritique le nom propre de l'holocauste et qu'il concerne un animal et non un objet ou un produit agricole, par exemple l'huile ou des épiœs, comme c'est le cas dans l'emploi cultuel et magique du verbe sarapu en akkadien (J. M. de Tarragon, Le culte à Ugarit, (CRB, 19) Paris, 1980, p. 62-63). Qui plus est, le verbe sarap est utilisé en hébreu, dans le style deutéronomiste, pour désigner le sacrifiœ d'enfants, mais en dehors du contexte du sacrifice du fils premier-né. Ainsi Deut. 12,31 condamne la pratique de ceux qui «brûlaient par le feu leurs fils et leurs filles à leurs dieux» et Jèr. 7,31 évoque le tophet de la Vallèe de Ben-Hinnom, à Jérusalem. que les Judéens ont construit «pour brûler leurs fils et leurs filles par le feu», en l'honneur de Yahwe (Rapprochements déjà faits par J. Dhorme, “Le sacrifice accadien d'après un ouvrage recent”,RHR 107 (1933), p. 107-125 (voir p. 117-l18). Cf. aussi Id., L'èvolution religieuse d'lsraél 1, Bruxelles 1937, p. 214.). Enfin, Il Rois 17,31 évoque les gens de Shupria qui «brûlaient leurs fils au feu». Il est donc probable que !a formule des textes cunéiformes soit d'origine ouest-sémitique, d'autant plus que la forrne verbale des inscriptions de Gôzan n'est pas de l'akkadien correct. On y lit li/li„-si'-ru-pu, c'est-a-dire lissirapu au lieu de lissaripu ou lissarapu, qui seraient les formes attendues en assyrien.

Tous les autres textes assyriens des VIIIé-VIIé siècles, qui évoquent le sacrifice d'enfants comme un châtiment encouru par le parjure, emploient pareillement le verbe sarapu qui, dans ce contexte, signifie un holocauste offert à Hadad, mais aussi à Sin, le dieu-lune de Harrin, et à la déesse Belet-seri, «la Dame de la Steppe». Certes, comme dans le cas des textes bibliques, on a proposé de donner ici à sarapu un sens spirituel: il s'agirait de dedier l'enfant au dieu par un rite de feu (C. H. W. Johns, Assyrian Deeds and Documents, III, Cambridge, 1901, p. 345-346). On a pensé aussi que cette clause pénale n'était jamais appliquée, sa sévérité même empéchant le contrat d'être violé (G. Furlani, Il sacrificio nella religione dei Semitici di Babilonia e Assiria, Roma, 1932 p. 171), ou encore qu'elle n'avait plus, á l'époque dont datent les textes, qu'une valeur purement symbohque. On notera cependant que ces contrats remontent precisement a la période historique où le sacrifice d'enfants était pratiqué à Jérusalem, à Samarie et à Carthage, et qu'il était encore connu aux débuts de l'ère islamique dans la région même d'où proviennent les documents néoassyriens en question (On trouvera les references essentielles chez E. Lipinski, “Syro-Feniche wortels van de Karthaage religie”, Phoenix, 29, 1984, p. 51-84, voir p. 83 n. 108)”. (Lipinski, 1988, pp. 155 ss).

En el otro extremo del espectro de las sanciones sociales se hallaba muy difundida la creencia de que toda persona poseía su espíritu tutelar, así como de que se hallaba potencialmente amenazada por entes maléficos. Los más temidos en Mesopotamia eran los llamados "siete malignos" que bullían por todas partes y amenazaban incluso a los mismos dioses celestes. Según la tradición, los demonios Galla habían causado la muerte a Dumuzi/Tammuz en el mundo inferior tras ser entregado por Inanna como rescate. Demonios maléficos eran así mismo los responsables de las enfermedades y otras desgracias que ocurrían a la gente. Lamashtu era un demonio femenino que arrebataba a los recién nacidos del regazo de sus madres. Contra todos ellos existían ensalmos, talismanes y exorcismos.

La creencia en demonios o seres maléficos explicaba a menudo las misteriosas muertes de niños (Leichty: 1971). Entre los asirios y babilonios se creía en la intervención de algunos demonios que atacaban a la mujer o al feto durante el estado de preñez avanzada o en el momento del parto. El más temido era Lamashtu, quien atacaba al niño durante el periodo de impureza de la madre, en el que para la progenie de sexo femenino se establecía igualmente un espacio de tiempo más dilatado. La acción de Lamashtu encubría, tanto la posibilidad de una enfermedad por la que el niño rechazaba el alimento ofrecido por la madre, como el estrangula- miento o la asfixia de la criatura.

No se debe descartar un elevado número de abortos naturales entre la población del antiguo Próximo Oriente Asiático, ya que éstos antes de las mejoras sanitarias actuales suponían "hasta un 25% de los embarazos al cabo de cuatro semanas" (Harris & Ross, 1991, pág. 14); sin embargo no hay que obviar la supresión intencionada del niño en el momento del nacimiento encubierta bajo la forma de un aborto natural o la supresión del feto por parte de la madre, ante las noticias que transmiten las penas sancionadoras de los Estados pro-natalistas en su intento de reducción (Lerner, 1990, págs. 189-190, LMA 53). Tanto sea natural como que sea provocado, la potencia que desencadenaba esta situación podía combatirse por medio de amuletos que representaban la figura del demonio o bien su cabeza (estando agujereada por las orejas con el objeto de servir de colgante), en las que a veces se inscribía un encantamiento (Lichty, 1971, pág. 23).

Como ha obsevado J. C. Pangas (1990, p. 214): “Como en muchas otras culturas, también entre los mesopotámicos el embarazo colocaba a la mujer en una situación especial, en la que se mezclaba una cierta noción de impureza (cfr: R. Labat, “Geburt”, RlA, III, p. 178) una nueva condición frente a las relaciones sexuales y un terreno predispuesto a la acción de distintas fuerzas malignas que pugnaban por poner fin a la vida del feto. Entre ellas figuraba en primerisismo lugar un demonio femenino, llamado Lamashtu, hija del dios del cielo Anu, quien también actuaba en las fiebres postparto y en la lactancia, como lo demuestran algunos textos:

Si el bebé tiene calor y fiebre y accesos constantes de frio: es la "toma" de la Lamashtu- "mano" de la hija de Anu..”
(R. Labat,Traité akkadien de diagnostics et pronostics médicaux, Leiden, 1951, 224, 51).

También en los textos adivinatorios y de contenido médico se intenta sondear, con la ayuda de distinto tipo de signos observados en el cuerpo de la madre y prever cuándo estas fuerzas malignas lograrian su objetivo, provocando el aborto:

Si la (futura) madre, la punta de su nariz, del lado izquierdo, está elevada y negra: su feto morirá
(R. Labat, op. cit., 202, 17 ss.) ”.

Curiosamente la aparición de este tipo de demonios en diferentes sociedades de tradición cristiana o musulmana ahondan en este sentido de muerte encubierta del recién nacido, pues "their role is always to sneak in on the unattended child and strangle it" (Lichty, 1971, pág. 24). La muerte de lactantes y niños de corta edad "no siempre son declaradas, entre otras razones porque en muchas sociedades no se considera como "personas" a los niños de menos de 2 o 3 años de edad. No es de extrañar, pues, que las respuestas referentes al número de nacimientos no mencionen las muertes intencionales (infanticidios) o no, de recién nacidos y de niños de corta edad" (Harris & Ross, 1991, pág. 175). Generalmente su consideración social vendría de la mano del destete, de ahí que la adopción se realice en este momento dando plenas garantías del desarrollo de la vida del niño (Moscati et alii, 1987, pág. 225). Las negligencias durante la lactancia podían llegar a ser castigadas:

"Si un señor ha entregado un hijo a una nodriza y ese hijo muere entre las manos de la nodriza, (y) la nodriza sin (el conocimiento de) su padre y de su madre (del niño muerto) ha ligado (a su seno) a otro niño (para amamantarlo), la convencerán (de ello) y, puesto que sin (el conocimiento de) su padre y de su madre ha ligado (a su seno) a otro niño (para amamantarlo), se le amputarán sus pechos" (Lara Peinado, 1986, pág. 33, CH 194).

Era por tanto más fácil argumentar una muerte por una potencia maléfica que no la cruda supresión del propio hijo ante los perjuicios en los costos que suponía su desarrollo. Las formas de eludir la acción de Lamashtu se concretaban en (Lichty, 1971, pág. 24):

1º prohibir la entrada en la casa del demonio a través de figurillas de perros con los nombres borrados en los muslos;
2º por placas de barro colgadas en el dormitorio con el dibujo de Lamashtu, en las que se inscriben encantamientos;
3º por medio de amuletos y encantamientos, que generalmente eran colgados alrededor del cuello de la madre y/o del niño.

Una vez pasado este periodo de tiempo el ser humano podía ser víctima de un amplio abanico de demonios ("ojo del diablo"). Un conjuro (serie Shirpu IV, 45-55) presenta una serie de demonios especializados en diferentes zonas del cuerpo: Udug/Utukku agarra el cuello, A.lâ/Alu el pecho, Gal5.la/Gallu la mano, Dim.me.a/Labasu la piel, Gidim/Ekimmu la pierna..., siempre dispuestos a atacar ante las transgresiones de las leyes divinas (Limet, 1984, págs. 388-389).