R. Díaz Maderuelo - J. M. García Campillo - C. G. Wagner - L. A. Ruiz Cabrero - V. Peña Romo - P. González Gutiérrez

El Diluvio (I) Mito, demografía e Historia

DEMOGRAFIA Y SOCIEDAD
L.A. Ruiz Cabrero


Los antiguos mesopotámicos expresaron muy tempranamente sus preocupaciones demográficas mediante el mito. En este sentido, el mito del Diluvio sirve para ilustar el discurso ideológico frente a las realidades concretas de la sobrepoblación. Pero antes de iniciar su estudio, es necesario sentar las bases sobre las que tal dircuso fue concebido.

La opción por la domesticación de plantas y animales en el Próximo Oriente permitió a las comunidades humanas una mejora cualitativa respecto a sus condiciones de vida. A nivel demográfico se plasmó en un considerable aumento de la tasa de fecundidad que, consecuentemente, derivó a un aumento demográfico de la población. Así mismo, el fenómeno del sedentarismo se consolidó, y a principios del Neolítico se establecieron las primeras aldeas con una población entre los 100 y los 200 habitantes, junto a la aparición de algunas comunidades significativamente mayores -Jericó antigua, Çatal Hüyük, Tell es-Sawwan- (Redman, 1990, pág. 270) con el desarrollo de nuevas pautas culturales y biológicas.

Patrones de asentamiento.
La estrategia para la instalación de núcleos de asentamiento en el área de Mesopotamia estuvo condicionada por factores geomorfológicos y climáticos (Manzanilla, 1986, pág. 158):

- el relieve del terreno,
- la naturaleza del suelo,
- la cantidad de precipitación anual,
- la distribución de pozos y manantiales,
- y el curso de la tasa de flujo de los ríos.

En un primer nivel se constata la presencia de dos regiones claramente diferenciadas:

- la Alta Mesopotamia, cuya formación geológica se compone en su mayor parte de tierras miocénicas donde se desarrolla un sistema de agricultura de temporal (cereales, sobre todo cebada) con el aprovechamiento en verano para la irrigación a pequeña escala del agua de los arroyos que bajan de las montañas, y la opción de pastoreo sobre todo en la porción norte (áreas de sierra y somontano), siendo en las zonas de llanura durante la época de lluvias.
-la Baja Mesopotamia, cuya formación geológica por el contrario da origen a una llanura aluvial donde el sistema agrícola que se implanta se caracteriza por las técnicas de irrigación (multiplicidad de cultivos), con pastoreo en primavera cerca de las cuencas de ríos o canales y la aportación de la pesca extraída de los ríos y litorales costeros.

No obstante, Wright (1969, pág. 30) propuso una serie de factores específicos propios de los asentamientos instalados en la llanura aluvial:

- el tipo de situación hidrológica. Los tamaños de las cuencas y bancos así como la profundidad del nivel freático inciden de manera directa en la elección, ya que los bancos de arroyos y canales ofrecen una serie de ventajas favorables para el asentamiento y la agricultura como son las condiciones de drenaje superficial, la existencia de suelos más gruesos y, por lo tanto, con mayor facilidad para el cultivo y el drenaje subterráneo, la protección contra inundaciones y el acceso al agua para fines agrícolas y domésticos (Adams, 1972).
- la relación del asentamiento con los ciclos precedentes de uso de la tierra. Ciclos nuevos o ciclos ya desarrollados.
- la proporción de tipos de cultivo extensivo contra intensivo.
- la incidencia del bandolerismo. Al hacerse más compleja la organización territorial la defensa no sólo del asentamiento sino de las vías de comercio y comunicación, así como su acercamiento, jugaron un papel importante, de ahí que se instalaran guarniciones militares a fin de evitar las incursiones de elementos externos.

Desarrollo demográfico.
A partir del VI milenio grupos migratorios procedentes del norte se asentaron en las zonas de llanura, poblando la Baja Mesopotamia en forma de asentamientos dispersos ubicados en las cuencas de los ríos.
Estas comunidades sedentarias ofrecían una rentabilidad productiva mayor debido al empleo de técnicas agricolas con un pequeño sistema de irrigación a nivel local y la posibilidad de una serie de estructuras de almacenamiento que aseguraban la distribución de alimentos a lo largo de todo el año. De este modo, al asegurarse una dieta más abundante y segura, se redujeron los efectos de una vida seminómada anterior, reflejando una mejora cualitativa en la condición de vida no sólo de las mujeres, cuyo periodo de fertilidad, condicionado tanto por la dieta como por la carga de trabajo y la tensión psicológica, fue mayor [se ha comprobado que una privación nutricional reduce la fecundidad hasta un 50 % (Bongaarts, 1980) ya que la menstruación se efectúa bajo unas condiciones de peso determinadas y una suficiente porción de grasa que gira en torno al 20% del total (Frisch, 1984, pág. 184) por lo que una pérdida de peso del 10% al 15 % retrasa las primeras reglas y causa amenorrea], reduciéndose en cierto modo los intervalos entre nacimientos del mismo modo que, al contar con la preparación de alimentos complementarios a la leche materna (papillas de cereales), se redujeron los tiempos de lactancia; sino también la mejora en la condición de vida de los ancianos que dejaron de estar sujetos a penurias y alcanzaron una mayor esperanza de vida, además de participar en el conjunto de las tareas agrícolas y ganaderas, en las que el niño pasa a incorporarse a una temprana edad con lo que se minimizó la relación negativa coste/beneficio para la crianza de los hijos alejando las prácticas de infanticidio.

La tasa de crecimiento de la población se estabilizó entre un 0,04% y un 0,16% anual (Hassan, 1981, pág. 234) por lo cual, y a raíz del continuo aumento de la población, empezaron a emerger concentraciones de mayor densidad dando inicio al proceso socio-político de transición de la jefatura al Estado, girando su estructura alrededor de un edificio de carácter templar.

El proceso de aumento demográfico era constante en las comunidades humanas y su relación con los recursos productivos llevaba "a un agotamiento acelerado del entorno y a rendimientos decrecientes por unidad de esfuerzo de trabajo, salvo que en un plazo de tiempo lo bastante corto se produzca un traslado a un habitat más explotable o a una tecnología más eficiente o más intensiva" (Harris & Ross, 1991, pág. 22). No todas las vías empleadas dieron un óptimo resultado y aquellas poblaciones que tomaron decisiones no adaptativas fracasaron, abocando a su consiguiente desaparición.

Una vez abarcado el radio de terrenos que un asentamiento podía en condiciones normales explotar, la opción resultante para el mantenimiento de la comunidad no era otra que aquella de la intensificación del uso del suelo por medio de nuevas tecnologías, de ahí el empleo de utillaje pesado (arado seminador) así como la proliferación del empleo de canales junto a una mayor especialización de las labores agrícolas (control de pestes, fertilizantes, preparación del suelo...).

La organización social se hizo compleja adoptando nuevas formas de planificación más alla de las elementales del parentesco, cuya realidad se plasmó en el desarrollo de un fuerte aparato burocrático, policial y militar (lease Estado), suponiendo el establecimiento de impuestos y la conscripción de la fuerza de trabajo así como la leva forzada de la población (Harris & Ross, 1991, pág. 83; Moscati et alii, 1987, pág. 317). Las diferencias sociales, basadas en la posesión de la tierra, fueron en aumento llevando hacia una estratificación social todavía más agravada por la fuerza migratoria hacia las comunidades templares que suponía una diferencia cada vez mayor entre habitantes y emigrantes.

La gestación de estas comunidades agrícolas en torno a una estructura templar data del período denominado El Ubaid (ca. 5200-3500), aunque algunas poblaciones, sobre todo en la zona norte de Mesopotamia , continuaron con un sistema de jefatura secular (Manzanilla, 1986, pág. 169). El templo garantizaba el bienestar de la comunidad en un plano ideológico y material. Era el principal poseedor de la tierra a través de su dios titular, fomentaba mediante ritos la fecundidad de la misma, controlaba el sistema de producción agrícola así como su distribución, permitiendo el desarrollo de una serie de trabajos especializados fuera de la producción del cereal, establecía y garantizaba el intercambio de materias a larga distancia al igual que era el garante del orden y la justicia social.

En el IV milenio, ya en el período de Uruk (ca. 3500-3000), el templo se convirtió en el principal centro de la economía redistributiva y en el eje del paisaje urbano. El desarrollo demográfico continuó siendo constante, y los centros de población aumentaron no sólo en número sino igualmente en tamaño, concentrándose la población "en pequeñas agrupaciones de comunidades, en vez de los anteriores asentamientos dispersos" (Redman, 1990, pág. 339). Prueba de ello es la situación arqueológica constatada para el área de Uruk (Liverani, 1988, págs. 118s) que durante la fase de Uruk Antiguo (ca. 3500-3200) el núcleo de población cuenta con cerca de 70 hectáreas habiéndose llegado a prospectar hasta 21 yacimientos en su zona de influencia. Mientras que para la fase Uruk Reciente (ca. 3200-3000) el núcleo alcanza aproximadamente las 100 hectáreas y se han detectado unos 123 yacimientos, cuya ocupación se realizó sobre suelo estéril, significando una efectiva colonización templar (Manzanilla, 1986, págs. 120-121).

Este aumento de núcleos de población en la llanura aluvial no viene expresado en su totalidad por el crecimiento interno de su población [cuyas tasas seguían constantes desde el Neolítico llegando incluso al 1% (Hassan, 1981, pág. 234), y alcanzando el ser humano una media de vida más elevada, siendo de 3 años para las mujeres y hasta de 6 años para los hombres (Angel, 1972)] sino, como ya se ha mencionado, por la migración procedente de las comunidades más al norte, concretamente las zonas de Nippur y Akad en este momento en crisis, hacia los núcleos con arquitectura ceremonial elevando las densidades locales sin afectar a las densidades regionales (Hassan, 1981, pág. 249s).

La profusión de asentamientos agrícolas alcanza su plenitud en el transcurso del período de Uruk al período de Jamdat Nasr. A partir de este momento su número se verá reducido hasta llegar a la mitad en los inicios del Protodinástico (ca. 2800-2380) y, posteriormente, a la sexta parte en los umbrales de la época akádica (ca. 1380).
Durante el período de Jamdat Nasr (ca. 3000-2800) las tendencias demográficas (Manzanilla, 1986, pág. 174; Redman, 1990, págs. 340-341) se concretan en dos fenómenos:

- una redistribución de la población en las zonas de Ur-Eridú, Uruk-Warka, la cuenca del Diyala y la zona de Kish, con la consecuente deserción de parte de los asentamientos rurales.
- el establecimiento de dichos asentamientos junto a un número menor de cursos de agua. Un claro ejemplo lo constituye la profusión de población en un canal artificial de unos 15 kilómetros en la zona de Uruk con una densidad de 67 habitantes por kilómetro cuadrado (Manzanilla, 1986, pág. 177). A ello hay que añadir el abandono del ramal oriental del Eufrates con el desplazamiento de la población hacia el occidente en busca del nuevo lecho, así como hacia los lechos del Tigris y el Diyala (Young, 1972).

Tal situación ahondó, a lo largo del III milenio, en la férrea división de riqueza entre los centros de población, perjudicando la situación económica de los centros productores aldeanos al ver incrementada la tasa de impuestos y, por lo tanto, un cambio en su relación con el medioambiente, afectando al proceso de despoblamiento factores ecológicos derivados de una agricultura de carácter sobreintensivo: sobreexplotación, deforestación, entarquinamiento de los ríos (Moscati et alii, 1987, pág. 111); junto a los debidos a procesos naturales como inundaciones o levantamientos tectónicos (Harris & Ross, 1991, pág. 85s).
Los factores políticos también jugaron un papel decisivo. La relación entre comunidades se hizo tensa ante la partición de tierras en áreas de influencia como consecuencia de la migración rural, la limitación de recursos y el crecimiento demográfico. "(I 1-16) Pour *Nin-Girsu, le champion d'*Enlil: E-ana-tuma, le prince de Lagash, l'elu du coeur pur de *Nanshe, la puissante reine, celui qui a subjugué les pays (au nom) de *Nin-Girsu, le fils d'A-kur-gal, prince de Lagash, [a restauré Girsu pour *Nin-Girsu].
(I 17-II 6) [Lorsque, sur l'ordre juste de *Nin-Girsu,] il cut anéanti Umma qui avait pénétre dans le Gu-edina, il restitua à *Nin-Girsu son domaine bien-aimé, le Gu-edina.
(II 7-19) La frontière des territoires de Girsu, qu'il nomma pour lui: Lumma-Gir-nunta-shage-pada, [alo]rs [son] serviteur [vaillant, E-ana-tuma,] la dé[dia] à [son maître bien-aimé, *Nin-Girsu]." (Sollberger & Kupper, 1971, págs. 61-62: IC5d "Colonnette de pierre". Sumérien). El control territorial derivó en la proliferación de conflictos armados (Webster, 1975) cuyas consecuencias demográficas inmediatas no fueron desastrosas debido a que el índice de mortalidad no supera el 10% de la tasa total (Polgar, 1972, pág. 207) y raras veces afecta a la mortalidad femenina (Harris & Ross, 1991, pág. 66).

Se documenta dentro del período Protodinástico (ca. 2800-2380) la construcción a gran escala de murallas defensivas y la proliferación de palacios con la consolidación de la ciudad-Estado (Manzanilla, 1986, págs. 175-176). Los centros urbanos siguieron creciendo en perjuicio de las pequeñas comunidades aldeanas lo cual llevó a un abandono de tierras cultivadas con la proliferación de zonas baldías. A fin de paliar la escasez de tierras irrigadas e intensificar la producción por parte de la ciudad-Estado, se intensificó la red de canales (Adams, 1960, pág. 280). El abandono rural río arriba de la zona de Ur-Eridú repercutió en un mayor apogeo de Uruk, alcanzando una cifra entre 40000 y 50000 habitantes, que en el resto de los centros oscilaba entre los 20000 y 25000 habitantes (Moscati et alii, 1987, págs. 102s). La población de la llanura aluvial oscilaría entre los 500000 y el millón de personas (Adams, 1966, pág. 71; Braidwood & Reed, 1957, págs. 28-29), contando los núcleos de población unas dimensiones de 50 hectáreas para Ur, 400 hectáreas para Uruk, 500 hectáreas para Lagash (Roux, 1987, pág. 83).

El abandono de centros rurales se intensifica en el Protodinástico Tardío (ca. 2550-2380) e incluso los núcleos centrales de población se benefician del aporte de habitantes de las ciudades de la periferia del distrito (Moscati, 1987, pág. 103). La población se refugia en las ciudades-Estado en demanda de protección frente a los grupos seminómadas que ocupan las tierras abandonadas de las pequeñas comunidades. El área de influencia de una ciudad-Estado quedaría comprendida por uno o más centros secundarios y un número de 3 a 9 asentamientos de carácter menor (Manzanilla, 1986, págs. 177), quedando el resto de la población en una relación de frágil dependencia. No era extraño el tránsito de personas de un área de influencia o otra como mano de obra barata bajo la forma de colonos o mercenarios en demanda de protección. Las revueltas ante las políticas centrales (Moscati et alii, 1987, pág. 368) beneficiaban este movimiento de población compuesto por fugitivos (que se conforman con un trato servil) y prófugos de rango distinguido utilizados como arma en las diferencias existentes entre las ciudades-Estado. La quiebra del orden público aumentaba también la tasa de mortalidad de forma indirecta, puesto que daba lugar a acciones tales como el saqueo que llevaba a la destrucción de la producción y, en consecuencia, hacia una reestructuración de la población ligada al fenómeno de baja natalidad obtenido a través del empleo de técnicas de infanticidio, a fin de encontrar un equilibrio satisfactorio que alejara la hambruna y la enfermedad.

Las principales ciudades atestiguadas según los indicios arqueológicos, eran Uruk, Kish, Nippur y Umma en orden decreciente respecto a su tamaño, detectándose además una veintena de centros urbanos menores entre los que se encuentran Shuruppak y Ur. Sin embargo los datos aportados por los documentos escritos llegan a mencionar a 12 ciudades-Estado durante el Protodinástico Tardío (Kramer, 1963, pág. 73).

Centros y medios de producción.
Durante el III milenio el paisaje urbanístico quedó delimitado bajo la formación de un centro rector: la ciudad-Estado. Su dirección se gestionaba a través de gobernantes (con el título de lugal) o de la persona del sumo sacerdote (sangumah) de una comunidad templar. La población establecida alrededor de un santuario con el tiempo quedó subyugada bajo la dirección de un conjunto arquitectónico seglar al mando de un gobernador de la ciudad-Estado (ensi). "Las comunidades individuales perdieron parte de su independencia... y manifiestamente, la obligación del gobernador fue asignar la participación en las tareas comunales a cada una de las comunidades individuales del templo, mientras que el sumo sacerdote de cada una de éstas las subdividía entre los miembros. Además, el gobernador se ocupaba de los asuntos del riego y del comercio, que pudiera decirse que constituían el campo de la política exterior" (Frankfort, 1988, pág. 244).

Las tierras de explotación agrícola eran propiedad de los dioses y se hallaban divididas en dominios cada uno administrado por un templo. El funcionamiento del mismo, conocido gracias a diversos textos cuneiformes, era resumido en la producción y almacenamiento comunal, el mantenimiento de la unión de los campesinos y su protección (Deloganzi, 1940). Cada dominio se subdividía en el campo del señor (gána-ni-en-na) explotado por agricultores de la propia institución o a través del trabajo impositivo puesto a la población, y cuyo producto alimentaba al dios y en consecuencia al personal encargado de las funciones sagradas; el campo arrendado (gána-uru-4-la) a su vez dividido en parcelas cedidas a cambio de una parte de la cosecha; y el campo de subsistencia (gána-shukura) cedido en usufructo a los integrantes del aparato burocrático: dignatarios, funcionarios y subalternos (Roux, 1987, pág. 147).

Además poseen la tecnología y ciencia necesaria para la producción, y permiten el mantenimiento de especialistas cuyos procesos de trabajo en serie ahondan en un mejor aprovechamiento de los tiempos junto a un menor coste en la producción de cerámica, metalurgia o textil, con el empleo de mano de obra femenina e infantil (Liverani, 1988, pág. 112).

Sin embargo, la unidad socio-económica básica continuó siendo la comunidad aldeana integrada por familias de tipo nuclear o de tipo extenso. Su población gravitaba en torno a "dos tipos:

I. Los villorios (hamlet) que presentan el siguiente rango demográfico: 20 a 200/250 habitantes.
2. Las aldeas (village): 250-1000/2500 personas. Este tipo de sitios ha sido subdividido por Sanders en:

- aldea dispersa, con una densidad menor de 1000 habitantes por kilómetro cuadrado, en la cual una porción de su cosecha se cultiva dentro del "sector residencial";
- aldea compacta, cuya densidad es mayor que la cifra anterior y sólo un pequeño porcentaje de las cosechas de subsistencia se recaban del "área residencial". No existe arquitectura cívica-religiosa a gran escala.
Por otra parte, Boghegyi considera conveniente distinguir entre: aldeas agrícolas (250 a 500 habitantes) y aldeas satélites (más de 500 personas)" (Manzanilla, pág. 182).

La situación climatológica con precipitaciones cuya media anual varía de 150 a 200 mm., constatando períodos de lluvia en otoño y primavera, y con unas temperaturas que alcanzan en verano los 56ºC. a la sombra llegando hasta registros de 64ºC., obligaba a un potenciamiento del sistema de irrigación puesto que se depende casi exclusivamente del aporte de los caudales de los ríos Tigris y Eufrates (Hughes, 1981, págs. 54-55).

En este ámbito árido y templado la producción agrícola sufría severas fluctuaciones, requiriendo de una mayor especialización en las tareas agrícolas. Una buena cosecha necesitaba de la buena coordinación en todos los pasos del proceso: preparación del terreno, plantación, mantenimiento y recogida de cosecha (Athens, 1977, págs. 365-366). No es extraño pues la configuración de un "almanaque del agricultor" (Kramer, 1985, págs. 91-94) dentro de la ciencia sumeria sustentada por el aparato de poder del templo.

La agricultura de regadío permitía mayor multiplicidad de cultivos, cerca de los cauces de agua se obtenían ajos, cebollas, legumbres y el fruto natural de la palmera datilera, mientras que el grueso de la tierra se destinaba a la producción de cereal (Liverani, 1988, pág. 179). El ganado sumaba proteínas animales a la dieta así como piel y lana, nutrientes en forma de abono o simplemente como animales de carga o tiro. Su inclusión favorecía al agricultor ante aquellas épocas de pérdidas en el rendimiento agrícola general, significando un seguro a corto plazo ya que la cría de animales domésticos estaba menos sujeta a catastrofes (Adams, 1969, pág. 121). Sin embargo, el sobrepastoreo podía llegar a causar efectos nocivos en el medioambiente. La acción combinada de rebaños mixtos de ganado caprino y ovino suele llevar a una destrucción de la cubierta vegetal, produciendo la erosión del terreno y la consecuente pérdida de pastos (Butzer, 1989, pág. 120s), por su parte los puercos al hozar dañan los bosques y matorrales, mientras que para la cría de ganado vacuno puede derivar en la quema de campos a fin de estimular el pasto. La transhumancia, como forma de pastoreo, permitía un mejor aprovechamiento del medio equilibrando los efectos destructivos.

El arado seminador (sumerio apin, akadio epinnu) facilitó las labores agrícolas reduciendo los tiempos de trabajo "(fino ad 1/15 rispetto alla lavorazione a zappa)" (Liverani, 1988, pág. 116), así como los tiempos de siembra. "Naturalmente richiede disponibilità di bestiame per il tramo (4 o anche 6 bovini)" y se alcanza un alto rendimiento productivo, "su rappoti 1:30 ed oltre tra semente e racolto" (Ibidem, pág. 116). Sus rendimientos se veían incrementados con un sistema de rotación bienal "(dell'ordine del 20:1 o del 30:1 tra raccolto e semente)" (Ibidem, pág. 179) sin que intervinieran factores de degrado reflejados en la sobreirrigación o la salinización. La no puesta en práctica del barbecho entre dos cosechas o el riego continuado sin tomar las debidas precauciones (Redman, 1990, pág. 302) provocaba la elevación del nivel freático y, consecuentemente, la salinización e inutilización de tierras (Gibson, 1974). Hacia el año 3500 la salinización en algunas tierras menguó el cultivo de trigo en favor de la cebada, más resistente a las sales del suelo, y con el paso del tiempo llegó a establecerse en una proporción de 1:5 (Liverani, 1988, pág. 179), por lo que la producción de trigo pasó a ser marginal, encareciéndose su consumo. De todas formas la producción alcanzaba cotas considerables, llegando a recogerse cerca de 255000 hectólitros de trigo durante el año 2ª de Amar-Sin (ca. 2046-2038) en el área de Girsu (Roux, 1987, pág. 186).

Producto de la concentración de población en los núcleos rectores que conforman las ciudades-Estado, y ante el abandono de tierras de componente productivo, se hubo de intensificar el ciclo agrícola en detrimento del medioambiente, y en el II milenio se estableció un cultivo estival cuyo principal producto era el sésamo (Ibidem, pág. 179).

No obstante, una aproximación a las cantidades obtenidas en la producción de cereal se han calculado para el área de Hilla-Diwaniyah (Wright, 1969, pág. 21) donde una hectárea de terreno, cuya mitad se cultiva estando la otra mitad en barbecho, producía 450 kilogramos de cebada. De éstos un 11% era utilizado como semilla para los ciclos posteriores, un 16% servía de forraje para los animales, un 25% se perdía durante la fase de almacenamiento y sólo un 45% era consumido. Dentro de las formas de comercio, una parte se intercambiaba por materias primas o artículos de lujo (Roux, 1987, pág. 147).

Su distribución se efectuaba en condiciones normales con una periodicidad mensual y, aparte de los cánones propios de la divinidad, los factores de reparto eran: el sexo, la edad, la posición social y el tipo de trabajo desempeñado (Gelb, 1965, pág. 232; Oppenheim, 1968, págs. 95-96).

Organización familiar.
La familia era el eje del sistema de producción del mismo modo que significaba el círculo vital para la vida de todas las personas. Poco sabemos de su exacta constitución a pesar de las referencias recogidas en los distintos textos cuneiformes, en donde se la designa con las palabras: kimtu, familia en el sentido estricto; nishutu, concepción que corresponde a la gran familia o clan en las formulas legislativas y en los documentos religiosos; o salatu, que responde a la comunidad doméstica que incluía a los esclavos (Von Soden, 1987, pág. 96). De ello podemos concluir dos tipos de familia según su composición: de tipo nuclear, pater familias, madre e hijos no casados; o de tipo extenso, compuesta por una familia de tipo nuclear más los hijos casados con sus mujeres e hijos, e incluso algunas personas integradas en el círculo de producción doméstico (como son los siervos o esclavos domésticos), hasta llegar a la presencia de cuatro generaciones de parientes según fuera la longevidad del pater familias (Moscati et alii, 1987, pág. 209).

Este desarrollo se ha caracterizado como "típico de las sociedades euroasiáticas basadas en la agricultura de arada y que presentan una compleja estratificación de clases y una detallada división del trabajo. Por lo general estas sociedades desarrollan matrimonios monógamos y patriarcales, homogamia, y un alto grado de control social sobre la conducta sexual de las mujeres. El caso mesopotámico es uno de los primeros modelos de tal tipo de sociedad" (Lerner, 1990, pág. 169).

Del padre descienden los hijos (carácter patrilineal), teniendo la capacidad de decidir sobre la vida de éstos, aunque la ejecución de las prácticas de infanticio eran llevadas a cabo por las mujeres con la completa aprobación del grupo dado que la decisión de criar o no un hijo incidía en todas las actividades productivas que aseguraban tanto los niveles de vida individual como los del grupo (Harris & Ross, 1991, pág. 40); elige así mismo los conyuges para sus hijos (Moscati et alii, 1987, pág. 201) y "podía dar a sus hijas en matrimonio, incluso en su infancia, a cambio de recibir un precio por la novia o podía consagrarlas a una vida de virginidad al servicio del templo" (Lerner, 1990, pág. 142). De su propiedad era la casa donde reside el grupo al igual que todas las posesiones del mismo (carácter patrilocal).

A pesar de su matrimonio, es bien visto el adulterio con rameras y siervas, e incluso en el período Babilónico Antiguo existía "la costumbre de tomar segunda esposa de rango inferior" (Lerner, 1990, pág. 177). La mayor parte de los textos legales que mencionan las relaciones familiares muestran la subordinación de todos los miembros a la autoridad del padre hasta el límite de poder imponer su disciplina decidiendo sobre su vida o muerte (Patterson, 1982, pág. 199). Una vertiente de este poder era el control sexual sobre las mujeres, el cual permitía a su vez controlar el tamaño del núcleo familiar.

La ley favorecía el repudio del hombre ante la negligencia y desobediencia de la esposa, pudiéndola degradar al estatus de esclava. "Si la esposa de un señor, que vive en la casa de (ese) señor, decide marcharse, adquiere un peculio secreta(mente), dilapida su casa (y) humilla a su marido, lo probarán contra ella. Entonces, si su marido declara que quiere repudiarla, podrá repudiarla; no tendrá que darle nada (ni) para sus gastos de partida (ni por) la repudiación. Si su marido declara que no quiere repudiarla, su marido podrá tomar (en matrimonio) a otra mujer; en cuanto a la (primera) mujer vivirá como esclava en la casa de su marido" (Lara Peinado, 1986, pág. 24, CH 141). Si por contra, el repudio era solicitado por la mujer ante el mal comportamiento del hombre, debía abrirse una inestigación: "Si una mujer toma odio a su marido y le dice: "Tú no me tendrás más (como esposa)", una investigación será realizada en su distrito. Entonces, si (se averigua que) fue cuidadosa y no se le halla falta, (si) de otro lado su marido salió y la descuidó mucho, esa mujer no es culpable; (re)cogerá su dote y se irá a la casa de su padre" (Ibidem, págs. 24-25, CH 142), pero si se demostraba que el motivo de la demanda de repudio era falso, se procedía a ejecutar con toda severidad la ley en contra de la mujer: "Si no fuese cuidadosa y, al contrario, fue callejera, (si) dilapidó su casa y humilló a su marido, esa mujer será arrojada al agua" (Ibidem, pág. 25, CH 143).

Cuando el pater familias faltaba, la mujer se veía desprovista de toda autoridad protectora. Entonces debía colocarse al frente del patrimonio familiar aunque seguía atada al vínculo patriarcal ya que la ley preveía la posible vuelta del señor y, por lo tanto, debía de guardar la debida fidelidad (Ibidem, pág. 23, CH 133(A), CH 133(B), CH 134 y CH 135), salvo en aquellos casos que: "Si un señor abandonó su ciudad y huyó (y si) después de su defección, su esposa ha entrado en la casa de otro (hombre), en caso de que ese señor regresase y desee recobrar a su esposa, puesto que él desdeñó su ciudad y huyó (de ella), la esposa del fugitivo no retornará a su (primer) esposo" (Ibidem, págs. 23-24, CH 136). No es de extrañar tal concepción puesto que las ciudades-Estado no podían admitir la ruptura de su autoridad, y menos aún la procedente de la persona que reflejaba esa autoridad a nivel familiar. El hombre debe integrarse e integrar en el sistema, es el pilar del aporte demográfico debido al carácter patrilineal de la estructura familiar y, en consecuencia, el garante de la fecundidad y del bienestar social.

Los hijos no sólo eran la esperanza de la familia sino también del Estado. "Así, la mujer que da a luz aparece relacionada con "épocas felices", mitificadas por una documentación de carácter literario. Una de las consecuencias del advenimiento de tales épocas de gozo y justicia (que se esperan para el futuro o se consideran ya iniciadas) es la fecundidad universal de las mujeres y la abundancia de nacimientos, como dice una carta asiria del siglo VII a.C. sobre uno de esos "reinos felices": "El reino es bueno... las mujeres se desposan, se adornan con pendientes; hijos e hijas son dados a luz; los nacimientos son numerosos" (Moscati et alii, 1987, pág. 200). Otro ejemplo se puede observar en la carta de Adad-shum-usur a Esarhaddon donde se desea "un gobierno favorable, días justos, años de justicia, abundantes lluvias, ríos repletos, buenos precios... los ancianos bailen, los jóvenes toquen música, las mujeres y las doncellas realicen la tarea del sexo femenino, y que la procreación sea normal" (Pfeiffer, State Letters of Assyria, nº 160, pág. 118, citado en Frankfort, 1988, pág. 358).

Las ciudades-Estado seguían políticas demográficas pro-natalistas "conforme a la dinámica expansionista de sus sistemas económicos" (Harris & Ross, 1991, pág. 84). Inducían al campesinado la fómula: "Sed fecundos y multiplicaos, y henchid la tierra y sometedla" (Gn. 1, 28); ahora bien, es lógico que "las familias campesinas desafiaran las políticas natalistas que las clases dominantes trataban de imponerles, y en aras de su supervivencia material inmediata, practicasen una serie de comportamientos de regulación de la población que incluían reajustes en el cuidado y el trato dado a los recién nacidos, los niños pequeños y las hembras, la frecuencia de la lactancia y su calendario, así como la frecuencia y el calendario de los coitos, comprendidas las modificaciones de la edad al casarse (Harris & Ross, 1991, pág. 88). Gracias a estas políticas expansionistas las ciudades-Estado pudieron mantener un nivel demográfico estable al recibir un continuo aporte de "la migración procedente de los medios rurales para compensar las pérdidas producidas por la hambruna, las epidemias y las enfermedades endémicas (McNeill, 1984, pág. 64).

La esterilidad y la falta de hijos tenían connotaciones sociales negativas. Una de las enseñanzas del sabio egipcio Ptahhotep (s. XXV) prescribía: "No hagas valer tu crédito sobre el que no tiene hijos" (Forgeau, 1988, pág. 165). Esta cuestión de carácter moral pronto se sancionó legalmente, elaborando dentro del corpus jurídico de las ciudades-Estado leyes garantes de la natalidad. Un claro ejemplo lo suponen las leyes contra el aborto, sea este de carácter espontáneo o intencionado. "Si un señor ha golpeado a la hija de (otro) señor y motiva que aborte, pesará diez siclos de plata por el aborto causado" (Lara Peinado, 1986, pág. 34, CH 209); "Si esta mujer muere, su hija recibirá la muerte" (Ibidem, pág. 34, CH 210); "Si por sus golpes ha causado un aborto a la hija de un subalterno, pesará cinco siclos de plata" (Ibidem, pág. 34, CH 211); "Si esta mujer muere, pesará media mina de plata" (Ibidem, pág. 34, CH 212); "Si ha golpeado a la esclava de un particular y motiva que aborte, pesará dos siclos de plata" (Ibidem, pág. 34, CH 213); "Si esta esclava muere, pesará un tercio de mina de plata" (Ibidem, pág. 34, CH 214). Se observa como estas normas legales aplicaban el castigo dependiendo de la clase social a la que pertenecían las víctimas.

Por el contrario las leyes asirias endurecen las sanciones debido a su política pro-natalista garante de su imperialismo expansionista, considerando el aborto una ofensa directa al Estado. "Si un hombre ha golpeado a una dama por nacimiento haciendo que perdiera el fruto de su vientre, (y) se pueden presentar cargos (y) pruebas en su contra, deberá pagar 2 talentos y 30 manehs de plomo; se le aplicarán 30 golpes con varas y prestará trabajos forzados al rey durante un mes" (Lerner, 1990, pág. 188, LMA 21). "El artículo 50 de las LMA estipula que el hombre que cause el aborto a una mujer casada verá a su propia esposa tratada del mismo modo: "los frutos de (su vientre) serán tratados del mismo modo que (él) la (ha tratado)" (Ibidem, pág. 187); "Si un hombre ha golpeado a una mujer casada que no cría a su hijos y ha hecho que perdiera el fruto de su vientre, se le infligirá este castigo: deberá pagar 2 talentos de plomo" (Ibidem, pág. 188, LMA 51); "Si un hombre ha golpeado a una ramera y ha hecho que perdiera el fruto de su vientre, recibirá golpe por golpe, y lo paga (igual por el principio) de una vida (por otra)" (Ibidem, pág. 188, LMA 52). Un caso excepcional presenta el aborto provocado por la propia mujer, en este caso se dictamina la inmediata muerte por empalamiento y la negación a que su cuerpo descanse en la tierra, no es de extrañar esta actitud (por otro lado un tanto difícil de demostrar) pues, como se ha mencionado, el carácter pro-natalista del Estado asirio debía infligir todo su poder represivo contra aquella mujer que atentase a la fertilidad del mismo y al rechazo de la obediencia expresa al marido pues es éste el que debe decidir sobre la vida o muerte de los miembros del grupo familiar: "Si una mujer se provoca a sí misma un aborto (y) los cargos (y) las pruebas están en su contra, será empalada (y) no se le enterrará. Si se encubrió (?) a esa mujer cuando perdió el fruto de su vientre (y) no se informó al rey...[aquí la tablilla se interrumpe bruscamente]" (Ibidem, págs. 189-190, LMA 53).

Las leyes hititas son más simples y presentan la novedad de condicionar el castigo a la imposición de una multa según la edad del feto. "Si alguna persona provoca un aborto a una mujer libre, si (estuviera) en el décimo mes, deberá darle 10 shekels de plata, si (estuviera) en el quinto mes deberá darle cinco shekels y dejará su patrimonio en garantía" (Ibidem, pág. 189, LH 17 (primera versión); "Si alguna persona provocase el aborto a una mujer libre, deberá darle 20 shekels de plata" (Ibidem, pág. 189, LH 17 (última versión); "Si alguien provocase el aborto de una esclava, si ella (estuviera) en el décimo mes deberá entregarle cinco shekels de plata" (Ibidem, pág. 189, LH 18 (primera versión); "Si alguien provocase el aborto a una esclava, le dará diez shekels de plata" (Ibidem, pág. 189, LH 18 (última versión). "Hay varias leyes equivalentes en el código hitita que prevén pequeñas multas por causar un aborto a una vaca o a una yegua de un hombre (LH, art. 77A). Desde luego, se trata de una legislación sobre la propiedad, y no concierne a las lesiones a un ser vivo, a una mujer embarazada" (Ibidem, pág. 189).

En la ley hebrea aparece en los primeros lugares del Código de la Alianza, y auna las tendencias anteriormente expresadas en el mundo semita: "Si unos hombres, en el curso de una riña, dan un golpe a una mujer en cinta, y provocan el parto sin más daño, el culpable será multado conforme a lo que imponga el marido de la mujer y mediante arbitrio. Pero si resultare daño, darás vida por vida, ojo por ojo, diente por diente, mano por mano, pie por pie, quemadura por quemadura, herida por herida, cardenal por cardenal" (Gn. 21, 22-25).

A pesar de todo, la necesidad de hijos era evidente debido a la necesidad de asegurar la producción y la vida familiar, por lo que "un casamiento temprano y una larga hilera de hijos son considerados signos de excelencia moral y favor divino, así como también la mejor garantía posible contra una vejez desvalida, ya que si uno de los hijos muere, otro podrá asumir la responsabilidad de cuidar de los ancianos cuando éstos no puedan ganarse ya la vida por sus propios medios" (McNeill, 1984, pág. 67). Sin embargo, las comunidades campesinas defendieron "el deseo instintivo entre los humanos de mantener a la población en "la densidad óptima" de un entorno" (Lerner, 1990, págs. 81-82).

La adopción solventaba el problema derivado de la esterilidad, y generalmente se llevaba a cabo después de la lactancia. "Así en un contrato de la época paleobabilónica, la familia adoptante establece una compensación para la madre legítima que ha amamantado al niño, lo que indica que la sustitución del grupo familiar de origen ocurría también en este caso en el momento del destete" (Moscati et alii, 1988, pág. 255). Varios contratos de adopción por compra de la mitad del II milenio procedentes de la localidad de Nuzi han llegado a la actualidad (Pritchard et alii, 1969, págs. 167-168, ANET 219-220).

"Si un señor ha tomado un niño desde su nacimiento para darle su nombre y le ha criado, este (hijo) adoptivo no podrá ser reclamado" (Lara Peinado, 1986, pág. 32, CH 190). La salvaguarda del contrato de adopción era efectiva, de este modo si el padre posteriormente tenía hijos propios no podía deshacerse sin más del hijo adoptivo: "Si un señor ha tomado un niño para darle su nombre y le ha criado, (si después) ha establecido su (propio) hogar (y) tuvo así hijos, y se propone librarse del (hijo) adoptivo, este hijo (adoptivo) no se irá con las manos vacías; el padre que le ha criado le deberá entregar de sus bienes un tercio patrimonial y (entonces) él (el hijo adoptivo) se irá; del campo, del huerto y de la casa no está obligado (el padre adoptivo) a darle (nada)" (Ibidem, págs. 32-33, CH 191). Pero podía por su propia voluntad buscar a sus padres legítimos y libremente volver con ellos: "Si un señor ha tomado un niño para darle su nombre, (si) cuando lo ha tomado, este (adoptado) reclama a su padre y a su madre, el (hijo) adoptado volverá a su casa paterna" (Ibidem, pág. 32, CH 186), aunque los hijos adoptivos de un girseqqûm o una mujer zikrum no podían ser reclamados (Ibidem, pág. 32, CH 187). En el caso que el padre adoptivo no cumpliese con las obligaciones adquiridas, el hijo adoptivo podia volver a su casa paterna (Ibidem, pág. 32, CH 189 y CH 190).

Las obligaciones eran las mismas que las observadas para con un hijo natural, ahora bien las prescripciones sobre la educación del hijo adoptivo parecen ocultar una asidua compra de mano de obra infantil para los talleres especializados: "Si un artesano ha tomado un muchacho como (hijo) adoptivo y la ha enseñado un oficio, no podrá ser reclamado" (Ibidem, pág. 32, CH 188). En este sentido no era difícil comprender la existencia de un comercio de niños que proporcionaba una gran parte de mano de obra barata y un alto porcentaje de beneficio a quien lo practicaba, puesto que: "Si un hombre roba el niño menor de "otro" señor, recibirá la muerte" (Ibidem, pág. 8, CH 14). Claro está que este artículo sólo contemplaría a los hijos nacidos de un awilum, sin tener una constancia de una referencia a los hijos de un mushkenum. La ley hebrea ampliaría la ley al trato de personas en general: "Quien rapte a una persona -la haya vendido o esté todavía en su poder- morirá" (Ex. 21, 16); "Si se encuentra a un hombre que haya raptado a uno de sus hermanos , entre los israelitas -ya le haya hecho su esclavo o le haya vendido- ese ladrón debe morir" (Dt. 24, 7).

Pocas noticias se tienen de la vida de los niños. Su educación y cuidado dependían del tiempo en que tardase en efectuarse el destete, generalmente alrededor de los 3 años (Gn. 21, 8; II Mac. 7, 27; o un período superior I Sam. 1, 20-23), denominándosele hasta esa edad turgaba, estando al confiado al cuidado de la madre. Posteriormente "pasaba a estar bajo la autoridad del padre, que se hacía cargo de su educación: "Yo no sería un hombre si no vigilase a mi hijo" (Glassner, 1988, pág. 127).

El problema de la educación de los hijos "en un tipo de agrupación amplia es, más que nunca, el de una progresiva inserción en la estructura laboral que incumbe a toda la "casa" como último eslabón de la cadena: el niño se halla sometido a las decisiones de todos los miembros del grupo por línea paterna y del conjunto de mujeres mayores" (Moscati et alii, 1987, pág. 209). La inclusión en el mundo laboral se vió favorecida por la cría de animales domésticos, pasando a formar parte del sistema productivo dejando de ser un mero consumidor. Las hijas seguirían un camino diferente al de los hombres, orientándolas hacia el matrimonio o la maternidad aunque podían entrar a formar parte de una congregación religiosa. No se debe olvidar que su inserción en el mundo laboral era doble al tener que atender a tareas meramente productivas y a tareas específicas de la vida doméstica.

La desobediencia hacia el padre era duramente reprimida teniendo constancia de la misma en las disposiciones legales: "Si un hijo ha golpeado a su padre, se le amputará su mano" (Lara Peinado, 1986, pág 33, CH 195); "El que pegue a su padre o a su madre morirá" (Ex. 21, 15); "Quien maldiga a su padre o a su madre morirá" (Ex. 21, 17) dentro de la observación que refiere el Decálogo: "Honra a tu padre y a tu madre, para que se prolonguen tus días sobre la tierra que Yahveh, tu Dios, te va a dar" (Lv. 20, 12). En el caso del hijo adoptivo se repite la necesidad de esta veneración: "Si el hijo (adoptivo) de un girseqqûm o el hijo (adoptivo) de una mujer zikrum ha dicho a su padre que le ha criado o a su madre que le ha criado "tu no eres mi padre", "tu no eres mi madre", se le cortará la lengua" (Lara Peinado, 1986, pág. 33, CH 192); "Si el hijo (adoptivo) de un girseqqûm o el hijo (adoptivo) de una mujer zikrum ha identificado su casa paterna y llega a odiar al padre que le ha criado o a la madre que le ha criado y marcha a su casa paterna, le sacarán un ojo" (Ibidem, pág. 33, CH 193), tal vez porque en este caso ambas personas pudieran tener consagrada su vida sexual hacia la homosexualidad necesitando del sistema de adopción para tener asegurada la descendencia (Bottéro, 1972-1975).

La obediencia también se compartimentaba entre el conjunto de hermanos: "El hermano mayor es en verdad un padre; la hermana mayor es en verdad una madre. Presta atención a tu hermano mayor; a tu hermana mayor mírala como a una madre" (Von Dijk, 1953, pág. 194).

Ante las pérdidas en la producción la población hubo de acceder a los "prestamos de necesidad" para tratar de subsistir (Roux, 1987, pág. 265). El pater familias podía ceder a los miembros del conjuto familiar como fuerza de trabajo ante la obtención de un préstamo: "Si un señor ha sido apremiado por una obligación y (si éste) ha dado por plata a su esposa, su hijo o su hija o bien (si los) ha entregado a servicio, durante tres años trabajarán en la casa de su comprador o del que los tiene a servicio; al cuarto recobrarán su libertad" (Lara Peinado, 1986, pág. 21, CH 117); "Si (se trata de) un esclavo o esclava (que) ha sido entregado a servicio, si (el deudor) deja pasar (el período de rescate), el mercader podrá vender (al esclavo o esclava); él (esclavo o esclava) no podrá ser reclamado" (Ibidem, pág. 21, CH 118). El elevado interés así como la pérdida de capacidad de trabajo del grupo llevaba a una efectiva esclavización de una gran parte de la comunidad, por ello numerosos gobernantes procedieron con su subida al poder o con la conquista de una ciudad-Estado a decretar edictos de libertad, siempre "cuando no peligra la salvaguarda de los equilibrios económico-sociales" (Moscati et alii, 1987, pág. 477). Un edicto de justicia (mêsharum) de Ammi-saduqa informa sobre algunos de estos hechos, "ya que decreta, para toda la población, la anulación de deudas, la amnistía de los atrasos, alquileres y "prestamos de necesidad", y para determinadas categorías de súbditos la supresión o el aplazamiento de cédulas y algunos impuestos, así como de las corveas; incluso llega a amenazar con la pena de muerte a los usureros que intenten perseguir a sus deudores" (Roux, 1987, pág. 267).

La pérdida de la persona dejada en esclavitud, y por ende, la fuerza de producción que significa, era garantizada al deudor: "Si la prenda, en la casa del embargador, ha muerto apaleada o (a consecuencia) de malos tratos, el propietario de la prenda lo probará contra su mercader, y si (la prenda) era el hijo de un señor, darán muerte a su hijo (y) si era un esclavo del (citado) señor, (el mercader) pesará un tercio de mina de plata; además perderá todo lo que haya prestado" (Lara Peinado, 1986, pág. 21, CH 116).

El mundo hebreo ampliaba este plazo de exclavitud y observaba la posible opción del esclavizado de acceder a una vida de servidumbre al lado de su señor. "Cuando compres un esclavo hebreo, servirá seis años, y el séptimo quedará libre sin pagar rescate. Si entró solo, solo saldrá; si tenía mujer, su mujer saldrá con él. Si su amo le dio mujer, y ella le dio a luz hijos o hijas, la mujer y sus hijos serán del amo, y él saldrá solo. Si el esclavo declara: "Yo quiero a mi señor, a mi mujer y a mis hijos; renuncio a la libertad", su amo le llevará ante Dios y, arrimándolo a la puerta o a la jamba, su amo le horadará la oreja con una lezna; y quedará a su servicio para siempre. Si un hombre vende a su hija por esclava, ésta no saldrá de la esclavitud como salen los esclavos. Si no agrada a su señor que la había destinado para sí, éste permitirá su rescate; y no podrá venderla a gente extraña, tratándola con engaño. Si la destina para su hijo, le dará el mismo trato que a sus hijas. Si toma para sí otra mujer, no le disminuirá a la primera comida, ni el vestido ni los derechos conyugales. Y si no le da estas tres cosas, ella podrá salirse de balde sin pagar rescate" (Ex. 21, 1-11); "Si se empobrece tu hermano en asuntos contigo y tú lo compras, no le impondrás trabajos de esclavo; estará contigo como jornalero o como huesped, y trabajará junto a ti hasta el año del jubileo" (Lv. 25, 39-40); "Si tu hermano hebreo, hombre o mujer, se vende a ti, te servirá durante seis años y al séptimo le dejarás libre. Al dejarle libre, no le mandarás con las manos vacías; le harás algún presente de tu ganado menor, de tu era y de tu lagar; le darás según como te haya bendecido Yahveh tu Dios. Recordarás que tú fuiste esclavo en el país de Egipto y que Yahveh tu Dios te rescató: por eso te mando esto hoy. Pero si él te dice: "No quiero marcharme de tu lado", porque te ama, a ti y a tu casa, porque le va bien contigo, tomarás un punzón, le horadarás la oreja contra la puerta, y será tu siervo para siempre. Lo mismo harás con tu sierva. No se te haga demasiado duro dejarle en libertad, porque el haberte servido seis años vale por un doble salario de jornalero. Y Yahveh tu Dios te bendecirá en todo lo que hagas" (Dt. 15, 12-18).

Todas estas formas de esclavitud se nutrían a partir de la población de caracter libre de las propias ciudades-Estado en donde tenía lugar, o dentro de los límites nacionalistas de las mismas. El grueso mayor de las personas esclavizadas procedían del sometimiento de otras poblaciones, y generalmente estaban constituidos por mujeres y niños, ya que la esclavitud de hombres en los primeros momentos de la ciudad-Estado ponía en peligro su propia seguridad.

"Sus adversarios triunfan/sus enemigos viven felices,
porque Yahveh la ha afligido/por la multitud de sus pecados.
Sus niños han marchado/cautivos delante del opresor." (Lamentaciones 1, 5).